Dos velas para el diablo

"cuando los ángeles te dan la espalda, ¿en quién puedes confiar?"

El comienzo de la imaginación

"Hoy día, la gente ya no cree en los ángeles. Bueno, hay quien piensa que son seres de luz que están aquí para aydudarnos y que, si les rezas de una determinada manera, te ayudarán a encontrar novio, a que te toque la lotería o a curarte las hemorroides..."

Eso no es creer en los ángeles. En serio, la gente que piensa que es así, no tiene ni idea. Lo sé, estoy convencido de ello. Porque hace unas semanas me encontré, sin poder creerlo, con un ángel de verdad. Y no he sido capaz de contárselo a nadie. Pero hoy me veo con ánimos de contarle esto a un trozo de papel, quizá para desahogarme y luego destruirlo, o quizá para guardarlo y volverlo a leer dentro de unos años… para saber que no fue un sueño.
Todo empezó la tarde de un viernes cualquiera. Salí del instituto y cogí el viejo tranvía que recorre la ciudad cientos de miles de veces. Esta vez, sin embargo, bajé antes de llegar a la parada que me deja casi delante de casa. Bajé del viejo tranvía en la Piazza dil Duomo sin saber muy bien por qué; quizá la catedral me había vuelto a hechizar, obligándome a bajar del tren, sentarme en un banco de piedra y observar su magnífica fachada. Cogí la mochila y me dispuse a cruzar la plaza más importante de Milán, repleta de historia, librerías, abuelos charlando… me encanta. Esquivé con destreza a los turcos que querían, como siempre, venderme pulseras de colores, y al fin crucé la inmensa plaza para entrar, inconscientemente, dentro de la gran catedral. Seguía allí, como siempre, tan grande, tan bella, repleta de un ambiente antiguo y rebosante de magia. Empecé a andar por uno de los laterales, despacio, observando los mosaicos y las figuras…
Cuando llegué justo al lado izquierdo del altar, me tropecé. Agradecí que no hubiera nadie cerca, porque se hubieran reído de mí. Cuando intentaba ponerme de pie otra vez, vi por qué me había tropezado. Una de las baldosas sobresalía del suelo, y tenía una forma muy rara. No me había fijado nunca, y mira que me había pasado horas y horas en aquel lugar. Me di cuenta de que se podía retirar la baldosa, y dentro había un agujero con un pergamino dentro. Quién iba a decir que de esta forma tan estúpida yo, un simple chico de quince años, encontraría la clave de los ángeles, de la humanidad y del mundo.

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